sábado, 25 de septiembre de 2010

La casa de los siete tejados

—¡Ah, míster Holgrave! —murmuró, tan pronto como pudo hablar—. Jamás podré hacerlo... ¡Jamás! ¡Jamás! ¡Jamás! Ojalá estuviera ya muerta y enterrada en nuestra tumba familiar, con mis padres y hermana... Sí... Y con mi hermano también, que mejor le sería hallarme allí que acá. El mundo es demasiado duro y frío... Y yo soy demasiado vieja, demasiado débil, y estoy demasiado desesperanzada...
—Créame, miss Hepzibah —repuso quedamente el joven—, cuando se acostumbre a la vida de tendera, no pensará así. Ahora no puede evitarlo, pues mira el mundo desde el lindero de su larga reclusión, pero pronto advertirá que no se halla poblado de gigantes y ogros como en un libro de niños. No encuentro nada tan singular en la vida como el hecho de que todo parece perder su substancia en el instante en que uno va a tocarlo. Lo mismo le ocurrirá con esto que hoy le parece tan terrible. (La casa de los siete tejados, Nathaniel Hawthorne)

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