viernes, 17 de septiembre de 2010
Lacrimae rerum
Cuando vi Matrix en un cine de barrio de Eslovenia, tuve ocasión de sentarme al lado del espectador ideal de la película, es decir, de un idiota. A la derecha tenía un hombre de veintitantos años tan inmerso en la película que se pasó todo el tiempo molestando a los demás espectadores con exclamaciones del tipo «¡Dios mío, vaya o sea que no hay realidad!»... Por mi parte prefiero, sin duda, una inmersión ingenua como esta a las lecturas intelectualizadas y pseudosofisticadas que proyectan sobre la película refinadas distinciones conceptuales filosóficas o psicoanalíticas. No cuesta mucho entender la razón de esta atracción que ejerce Matrix a nivel intelectual: ¿acaso no es Matrix una de esas películas que funcionan como una especie de test de Rorschach, capaces de poner en marcha un proceso de reconocimiento universal de identificación, como el típico cuadro de Dios que parece mirarte siempre a ti, lo mires de donde lo mires, es decir, una de esas películas en las que todas las tendencias parecen reconocerse?. (Lacrimae rerum, Slavoj Žižek)
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